Nadie lo ha contado mejor que los poetas. Nada viviría si no tuviera esperanzas. Los sueños, las ilusiones, los proyectos, los más íntimos anhelos, las esperanzas, dan sentido y elevación a la vida humana. La nutren, la gratifican, la tensan, la enriquecen, la hacen llevadera. Estamos hechos de carne y hueso, pero para la especie humana los sueños son la savia vertebradota de su existencia. ¿Qué sería la vida sin esperanza?, se pregunta el poeta alemán Hölderlin. El mismo lo contesta a su modo: “Una chispa que salta del carbón y se extingue, o como cuando se escucha en la estación desapacible una ráfaga de viento que silba un instante y luego se calma y desaparece”.
Cuando oímos a alguien decir que ya no tiene ilusión por nada, que ha perdido el interés por cualquier cosa, que carece de proyectos, que ya no tiene sueños con lo que alimentar sus más íntimos deseos hacia el futuro, registramos su acabamiento y su inopia. Pero es difícil encontrar a alguien que no tenga algún sueño, algún deseo bien guardado, siquiera sea humilde, oculto en los repliegues de su alma, por muy desanimado que se vea y se diga. El poeta lo declara: “la misma golondrina busca un país más hospitalario en el invierno”. Y así es. Incluso en los peores momentos, nos cobijamos calladamente en algún sueño, nos asimos a alguna esperanza. Los sueños nos protegen del frío y de la intemperie.
De todos nuestros poetas, tal vez quien ha cantado de manera más profusa, y sin duda de manera más melancólica, lo que los sueños son en la vida humana y cómo acompañan el vivir, ha sido Antonio Machado. Hojead una antología de sus versos y comprobaréis cómo el sueño, los sueños, el soñar, asoma en la mayoría de sus poemas. Yo elijo al azar una pequeña muestra:
“Yo voy soñando caminos/ de la tarde. ¡Las colinas/ doradas, los verdes pinos,/ las polvorientas encinas!…/¿Adónde el camino irá?...”; “Soñé que tú me llevabas/ por una blanca vereda,/ en medio del campo verde,/ hacia el azul de las sierras…”; “yo escucho los cantos/ de viejas cadencias,/ que los niños cantan/ cuando en corro juegan, y vierten en coro/ sus almas que sueñan,/ cual vierten sus aguas/ las fuentes de piedra…”; “…son buenas gentes que viven,/ laboran, pasan y sueñan,/ y en un día como tantos,/ descansan bajo tierra.”; “Allá en las tierras altas, , por donde traza el Duero/ su curva de ballesta/ en torno a Soria, entre plomizos cerros/ y manchas de roídos encinares, mi corazón está vagando en sueños…”
Antonio Machado dejó escrita una deliciosa parábola sobre los sueños y sobre su escurridiza y misteriosa condición de realidad y no realidad. Con un pequeño manojo de versos, con sencillez, como si se tratara de un ligero cuento, nuestro gran poeta nos sitúa de bruces ante una profunda reflexión sobre el destino humano a lo largo de la vida y ante los enigmas tras la muerte. Oigamos al poeta:
“Era un niño que soñaba/ un caballo de cartón. /Abrió los ojos el niño/ y el caballito no vio./ Con un caballito blanco/ el niño volvió a soñar;/ y por la crin lo cogía…/ ¡Ahora no te escaparás!/ Apenas lo hubo cogido,/ el niño se despertó./ Tenía el puño cerrado./ ¡El caballito voló!/ Quedose el niño muy serio/ pensando que no es verdad/ un caballito soñado./ Y ya no volvió a soñar. / Pero el niño se hizo mozo/ y el mozo tuvo un amor,/ y a su amada le decía:/ ¿Tú eres de verdad o no?/ Cuando el mozo se hizo viejo/ pensaba: todo es soñar, / el caballito soñado/ y el caballo de verdad./ Y cuando vino la muerte,/ el viejo a su corazón/ preguntaba: ¿Tú eres sueño?/ ¡Quien sabe si despertó!”
Cuando oímos a alguien decir que ya no tiene ilusión por nada, que ha perdido el interés por cualquier cosa, que carece de proyectos, que ya no tiene sueños con lo que alimentar sus más íntimos deseos hacia el futuro, registramos su acabamiento y su inopia. Pero es difícil encontrar a alguien que no tenga algún sueño, algún deseo bien guardado, siquiera sea humilde, oculto en los repliegues de su alma, por muy desanimado que se vea y se diga. El poeta lo declara: “la misma golondrina busca un país más hospitalario en el invierno”. Y así es. Incluso en los peores momentos, nos cobijamos calladamente en algún sueño, nos asimos a alguna esperanza. Los sueños nos protegen del frío y de la intemperie.
De todos nuestros poetas, tal vez quien ha cantado de manera más profusa, y sin duda de manera más melancólica, lo que los sueños son en la vida humana y cómo acompañan el vivir, ha sido Antonio Machado. Hojead una antología de sus versos y comprobaréis cómo el sueño, los sueños, el soñar, asoma en la mayoría de sus poemas. Yo elijo al azar una pequeña muestra:
“Yo voy soñando caminos/ de la tarde. ¡Las colinas/ doradas, los verdes pinos,/ las polvorientas encinas!…/¿Adónde el camino irá?...”; “Soñé que tú me llevabas/ por una blanca vereda,/ en medio del campo verde,/ hacia el azul de las sierras…”; “yo escucho los cantos/ de viejas cadencias,/ que los niños cantan/ cuando en corro juegan, y vierten en coro/ sus almas que sueñan,/ cual vierten sus aguas/ las fuentes de piedra…”; “…son buenas gentes que viven,/ laboran, pasan y sueñan,/ y en un día como tantos,/ descansan bajo tierra.”; “Allá en las tierras altas, , por donde traza el Duero/ su curva de ballesta/ en torno a Soria, entre plomizos cerros/ y manchas de roídos encinares, mi corazón está vagando en sueños…”
Antonio Machado dejó escrita una deliciosa parábola sobre los sueños y sobre su escurridiza y misteriosa condición de realidad y no realidad. Con un pequeño manojo de versos, con sencillez, como si se tratara de un ligero cuento, nuestro gran poeta nos sitúa de bruces ante una profunda reflexión sobre el destino humano a lo largo de la vida y ante los enigmas tras la muerte. Oigamos al poeta:
“Era un niño que soñaba/ un caballo de cartón. /Abrió los ojos el niño/ y el caballito no vio./ Con un caballito blanco/ el niño volvió a soñar;/ y por la crin lo cogía…/ ¡Ahora no te escaparás!/ Apenas lo hubo cogido,/ el niño se despertó./ Tenía el puño cerrado./ ¡El caballito voló!/ Quedose el niño muy serio/ pensando que no es verdad/ un caballito soñado./ Y ya no volvió a soñar. / Pero el niño se hizo mozo/ y el mozo tuvo un amor,/ y a su amada le decía:/ ¿Tú eres de verdad o no?/ Cuando el mozo se hizo viejo/ pensaba: todo es soñar, / el caballito soñado/ y el caballo de verdad./ Y cuando vino la muerte,/ el viejo a su corazón/ preguntaba: ¿Tú eres sueño?/ ¡Quien sabe si despertó!”
Félix Santos
Madrid, 22 de febrero de 2007.
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